General. Domingo Antonio Sifontes, Comisario Nacional del Cuyuni y sus Afluentes
Copia de una parte del Diario el Tiempo de Caracas. No 629 del 22 de Abril de 1895
CUYUNI
El
Incidente del Cuyuni o del Yuruán
Del
02 de enero de 1895, el apresamiento de ocho ingleses por al arrear el pabellón nacional de una Estación policial Venezolana izando a su vez el británico
Caracas
19 de abril de 1895.
Señor Don
Carlos Pumar. Director de El Tiempo.
Su
Oficina.
Nos
apresuramos a publicar el informe que recibimos del General D. A. Sifontes,
Comisario Nacional del Cuyuni, que fue llamado a Caracas, donde reside aún, a
consecuencia de haber arrestado a Mr. Barres, jefe inglés invasor de nuestro
territorio.
Esta
carta tiene el propósito principal de rectificar los intencionados errores que
ha propagado dicho oficial inglés, en el relato que hemos publicado, traducido
de un periódico de Londres.
La
cuestión inglesa tiene hoy dos fases distintas. Una es la de reclamaciones por
daños materiales sufridos por los ingleses en su establecimiento, lo que, en
justicia, deben de pagárseles, como se haría con cualquier particular. Otra es la
que se refiere a nuestra jurisdicción invadida, como lo demuestra la carta del
General Sifontes.
La
desembocadura del Yuruán, a cuyo frente se halla situada la estación inglesa,
encuéntrese al suroeste del pueblo de Tumeremo y al Sur de Nueva Providencia,
solo separada de estos del Distrito Roscio, por una faja de de diez lenguas de
montaña.
De ese
punto de la confluencia, ocupada por Mac Turk en 1890, empieza el Cuyuni a
dirigir su rumbo hacia el sur. En esa posición pretenden asegurar el dominio
del inmenso banco de tierra existente entre el Esequibo y el Cuyuni.
Si la
República consiente la ocupación del Amacuro y la del alto Cuyuni dejara a la
usurpación, por el Norte, en posición del Orinoco. Y por el Oeste, en el
corazón del Yuruary, con un pie sobre el Caroní.
La
actitud del Gobierno norteamericano (Estadounidense), el progresó de nuestro
derecho en la opinión pública en toda América y principalmente en el pueblo del
Norte, nos hacen creer que ya es tiempo de que el gobierno se proponga algún
acto que reivindiqué nuestro territorio o tienda a ocuparlo.
Esperemos
que el interesante informe del General Sifontes despierte nuevamente el
espíritu público, determine a nuestros funcionarios a salir del silencio que
guardan sobre el particular y reanime aquella fibra patriótica que, en los
primeros días de la ocupación, produjo espontaneas manifestaciones de
indignación creó sociedades y expuso el desagrado que sentían los venezolanos
por el atentado de que son víctimas.
Al dar
las gracias al general Sifontes por que, atendiendo a nuestras exigencias
publicadas nos ha enviado esta relación.
1894-1895
Plano Topográfico de la Estación venezolana del El Dorado. Como se puede
observar en el plano de la época esta señalado el pequeño conuco de Loreto
Lira en la margen derecha del Cuyuni,
así como el de la Sra. Manuela
Casaña y las Estaciones de Policía
(Colección de la Fundación de la Guayana Esequiba)
Caracas 19 de abril de 1895.
Señor Don
Carlos Pumar. Director de El Tiempo.
Su
Oficina.
Impuesto del informe publicado en el
número 616 de su ilustrado periódico suministrado por el titulo Inspector
ingles Barnes, relativo a los
sucesos ocurridos en agosto del año próximo pasado y enero del corriente en las
riberas del Cuyuni deber mío es rectificar los intencionados errores en que ha
incurrido en su relato el mencionado oficial inglés, con tanta mayor razón,
cuanto que no solo trata de herir mi dignidad personal sino también la del
gobierno que en dichos actos me cupo la
honra de representar, en mi carácter de Comisario Nacional en aquella región.
Para mejor esclarecimiento de
los hechos forzoso me es retroceder las
cosas al estado en que se hallaban en marzo de 1894. Fecha de mí llegada a
aquellas comarcas, honrado con el cargo de Comisario Nacional del Cuyuni y sus
Afluentes, el cual me fue discernido por el actual Supremo Magistrado de la
Nación.
Siendo el objeto primordial
de mi cometido el fomento de la colonización en la sección de la Republica
puesta bajo mi jurisdicción, procedí a verificar desmontes considerables en las riberas del Yuruán y el
Cuyuni.
En la margen izquierda de
este último río se fijo el asiento de la Comisaria General poniéndole por nombre “El Dorado”, a la
población que se levanta.
En marzo solo existían entre
una y otra ribera, nueve casas:-6 en la
izquierda y 3 en la derecha. De estas últimas, dos con sus respectivas
labranzas, fueron fundadas en 1870, por José Francisco y Loreto Lira Miguel
Ángel González y Lorenzo Rivas; y la otra construida en 1890, por un súbdito
británico llamado Mc Turk, frente a la desembocadura del Yuruán, y en la cual
residían seis individuos de la misma nacionalidad, ocupados en los trabajos de
un pequeño conuco, y, desde abril o mayo, bajo las ordenes del titulado Inspector
Barnes.
Visitado yo por este, existió
entre nosotros pocas, pero corteses relaciones -- y según lo dice el mismo
Barnes en su informe – por disposición del Gobierno del Demerara trató él de perturbar en sus trabajos de
fabrica de casa y labranza, sobre la margen derecha, a un joven de nacionalidad
alemana Guillermo Faull, haciéndole retirar junto con sus peones, del referido
lugar. Full puso su queja ante la Comisaria y fue por está autorizado para
llevar un número mayor de peones con sus respectivos machetes de trabajo – el
inglés viéndole en mayor numero, se
retiro a su casa.
En la mañana siguiente volvió
a ser ocupado el puesto por los mismos agentes ingleses, pero armados de
rifles. Un tanto molestado por tan inexplicable tenacidad y odiosa pretensión,
ordene poner a las ordenes de Full ocho
hombres armados también, y a toda eventualidad. Lo mismo que el día
anterior los ingleses fueron
desalojados, sin causarles daño alguno,
y a la vez fueron notificados de que no intentasen la repetición de aquella instrucción.
Este incidente, sin embargo no altero mis buenas relaciones
con Barnes, quien por su fino trato, se capto mi aprecio personal.
Desde entonces deje una
guardia de siete policías en el punto dicho, decidido como estaba a vigilar
debidamente el río, para impedir a todo trance el tráfico de contrabando, que
antes se hacía de acuerdo con los mismos ingleses.
La colonización avanzaba de
tal modo que para los últimos días de diciembre se contaban por todas 23 casas,
unas ya terminadas y otras en construcción.
En el río Coroco – treinta
lenguas más abajo - afluente del Cuyuni,
sobre la derecha fabrico el ciudadano Pedro Ravelo una casa y fomentó la
labranza de frutos menores.
Este lugar es la misma
antigua posesión en que, con carácter de autoridad venezolana nombrada
por la Gobernación del antiguo
Territorio Yuruary residió el malogrado General Felipe Parra, años antes en 1890.
Que el conflicto ocurrido el
02 de enero fue premeditado por los colonos usurpadores de Demerara, lo
comprueba el editorial del Argosy, del 24 de noviembre del año próximo pasado,
en el cual se pronosticaba una colisión probable entre venezolanos e ingleses
del Yuruán, y de antemano se lamentaba la perdida de preciosas vidas, por
supuesto de ingleses, a la vez que se nos perjudicaba a los venezolanos los más
hirientes calificativos y los más atroces dicterios.
Prueba más elocuente se
hallara en la siguiente nota dirigida por Mr. Barnes al encargado de la
Comisaria del Cuyuni, durante mi ausencia de “El Dorado”, motivada por la
grave enfermedad que puso en riesgo mi
vida. – Léase *
“…Estación de Policía del
Yuruán – Río Cuyuni – Guayana Británica – 13 de diciembre de 1894 – Al Oficial
Comandante de la Estación venezolana. – “El Dorado” - Río Cuyuni. – Venezuela – Señor:
Refiriéndome a mis Cartas del 12 y 13 de
Octubre de 1894, dirigidas al General Sifontes, con Motivo de la venta hecha
por Manuela Casañas a uno de los Oficiales de la casa y conuco que poseía a la
margen británica del río Cuyuni, tengo ahora el honor de decir a usted que, en
mis dos cartas aludidas, manifestaba dar de plazo al comprador de tiempo
conveniente para mudar los artículos comprados. – Habiendo transcurrido ya dos meses, pienso que ese tiempo es más que razonable al
efecto; y por consiguiente pongo en conocimiento de usted que, los frutos que
quedan, casa, etc, etc…deben ser quitados de dicho conuco antes del 31 de
diciembre de 1894. – En I° de enero de 1985 tomare de hecho posesión del
mencionado conuco y de todo cuanto el contenga, en nombre del Gobierno de la
Guayana Británica; y no permitiré a nadie entrar en él sin mi permiso – Durante
los últimos tres días algunos soldados venezolanos han desmontado un lugar
inmediato a dicho conuco, a despecho de mis advertencias. – Protesto, por
tanto, con la mayor energía contra la violación continua del territorio Británico,
en el cual persisten los soldados venezolanos. – de todo lo cual daré informes
a mi Gobierno en primera oportunidad. – Sírvase
acusarme recibo de la presente nota.—De Usted obediente, etc. – D. D.
Barnes…”
Hiere el patriotismo el tono
altanero de la nota anterior; y con lo
ya por mi expuesto y con lo informado por el mismo Mr. Barnes, no se necesita de
mucho esfuerzo para comprobar la premeditación del atentado por parte del
inglés; y es esto tanto más irrefutable cuanto que el mismo Barnes declara
solemnemente en su informe, haber sido autorizado previamente por su Gobierno,
para proceder como lo hizo, apoderándose
alevosamente de nuestro puesto de policía, en momentos en que la guardia
destinada a custodiarlo se hallaba en el cuartel practicando los ejercicios
ordinarios, cosa que frecuentemente sucedía.
Hay actos ante los cuales la paciencia se pierde y el ánimo
se subleva.—Por eso no fue extraño que la ciudadanía de “ El Dorado” se
exasperara y que hasta los mismos
extranjeros participaran de la natural indignación ante el insólito atentado retado
así el patriotismo, el Capitán Domínguez, jefe de nuestro cuerpo de Policía
repasó precipitadamente el río con parte de sus agentes y reparo el
ultraje inferido reduciendo a los
agresores a prisión.
Avisado yo por expreso,
púseme en marcha para “El Dorado”
inmediatamente, donde llegue en la tarde del día 8.
Procedí a instruir el sumario
de ley.—Contestes las declaraciones tomadas, entre estas, la del mismo Barnes,
puesta en inglés de su puño y letra, la
detención fue decretada.
Barnes me propuso abandonar
el Cuyuni exigiéndome le dejara ir para
Demerara por el río, exigencia a
que no me fue posible acceder;
-- no obstante le hice diferentes concesiones, siendo una de ellas la de permitir
que hasta Ciudad Bolívar le acompañara el señor George Cipriani, amigo suyo y
empleado de mi dependencia;-- porque juzgaba punible la falta cometida, creía
que podía incurrir en grave responsabilidad para con mi Gobierno. Así
se lo manifesté personalmente,
significándole a la vez la pena que me
producía el procedimiento que el deber patriótico me imponía tomar respecto de
él en tales circunstancias.—Barnes contesto,
apretándome cordialmente la mano: “… comprendo sus deberes, General; y a
pesar de todo, protesto a usted mi personal
y sincera amistad. Yo también como subalterno y servidor de mi país no
hago más que cumplir las órdenes que
recibo…”-- Me manifestó, además, que el
día de su arresto, gentes del pueblo y subordinados míos, le habían causado
algunos daños en su establecimiento.
Queriendo quitarle todo
motivo de queja me apresure a pagarle el monto del daño causado, sin averiguar nada sobre el particular y
bastándome con su palabra. —sobre esto, conservo el recibo que me otorgó junto
con la lista detallada de los efectos que dijo le faltaron.
Ante la cuestión magna de la
usurpación del territorio en la parte más valiosa de nuestra rica Guayana,
¿quién, que venezolano fuera, sin mengua
suma, detendría su consideración ante este hecho, sin hacerse reo de lesa
patria, cómplice del inglés?
Plausible fue, y me complazco
en ello, que el odio nacional no tomara en ese día de patriótica indignación
mayores proporciones.
En cuanto al maltrato hecho a
un súbdito inglés, el individuo a que Mr Barnes ha hecho referencia es un loco
y sordo. Impertinente cuando se halla en estado de embriaguez, y a quien la
guardia del río hizo dormir una noche
al aire, como ella misma lo hacía, para evitar que se pudiera llevar en la noche una embarcación. Días después fue
arrestado, porque pasando por el cuerpo de guardia le fue pedido por el
Sargento un papel que trato de ocultar. Insolentado por que se insistió en que
lo entregara, recibió de un policía un correazo dado con el cinturón. Avisado
por Barnes, que me busco al efecto, hice soltarlo en el acto y reprendí al
policía (así lo ha manifestado y publicado el ismo inspector inglés en otra ocasión).
También ordene no hacer mas caso de que aquel pobre diablo, fueran las que
fuesen las insolencias que en ciertos momentos pudiera proferir.
Este mismo individuo me pidió auxilio para irse y ordene darle el pasaje y
manutención hasta Ciudad Bolívar. Barnes sabe todo esto y ¡lo calla¡
Los demás sucesos los
consigna el Inspector en un Informe; pero es del caso hacer constar que él y
los suyos fueron puestos en libertad en Upata, sin llegar a su destino.
El expediente con que fueron
remitidos fue abierto por el señor Cesar Urdaneta.
Pero lo que a fuer de
caballero debió no silenciar el oficial británico, es: que los gastos todos, de
él, su segundo, los siete individuos de su dependencia y el loco todos desde el
día de su arresto, verificado el 2 de
enero hasta su llega a San Félix el 28
del mismo. Corrieron por cuenta de la Comisaria General. Debió también
decir que mis consideraciones personales para él
fueron tan espontaneas, que llegue a poner a su disposición para el viaje mi
mula aperada y que en Guasipati como en Upata y demás puntos que recorrió,
siempre me manifestó perfecto reconocimiento
por las atenciones recibidas, tanto de mi, como de los individuos que
componían la escolta, señores Coronel Luis Manuel Salazar y Oficiales Luis Barrios Gómez y Pedro Manuel
Hernández, y ciudadano George Cipriani. Véase en comprobación de lo dicho la
siguiente carta que de Upata me dirigió Barnes: (*)
“…Upata: 21 de Enero de 1895
–
Señor General D. A. Sifontes.
—Estimado General—
Tengo el honor de informar a
usted que ayer, a nuestra llegada aquí, fuimos puestos en libertad por orden
del Presidente, Y seguimos ahora para
Georgetown, vía Trinidad – No
puedo sin embargo dejar a Venezuela sin manifestar a usted que desde
nuestra salida del Cuyuni el señor Luis Manuel Salazar nos ha prodigado los
mayores cuidados y atención en todo lo que hemos necesitado, y que no
tenemos nada de qué quejarnos. Lo mismo
debo de decir de sus compañeros. Doy a usted personalmente las gracias por
todas las molestias que se ha tomado – no dudando también haberle causado inconvenientes con la traída
del señor Cipriani. Con recuerdos amistosos del señor Baker y míos, tengo el
honor de suscribirme de usted obediente
servidor. – D.A. Barnes…”.
¿Cómo se compadece este
procedimiento con lo manifestado luego Barnes en su Informe, en el cual aparece
exagerado mezquinamente los hechos, a la vez que oculta otros que podrían
enaltecerle si fuera verídico y justo?
Pero, ¿qué
mucho que Mr. Barnes sea injusto
en Londres, si ya desde Altagracia donde encontró al señor Cesar Urdaneta, comprendió el terreno en que le era más
conveniente situarse? Delante de los individuos de la escolta, que hasta aquel
lugar acompañaron a los ingleses, dijo
Urdaneta a Barnes, al encontrarlos:
– “…ya sé que a ustedes los han maltratado mucho
– No señor, – contesto el
inglés – a nosotros se nos ha trato bien
y el General Sifontes nos pago un pequeño daño que nos hizo su gente.
--No; yo sé que los han tratado muy mal. El General Sifontes
es el culpable de todo lo sucedido. El Gobierno ha desaprobado su proceder y lo
llama a Caracas. Yo vengo a reemplazarlo. Así pues yo espero que ustedes
regresaran conmigo para su puesto, pues conmigo tendrán toda clase de garantías…”.
Un colono de Demerara no
defendería mejor que Urdaneta la causa de la Usurpación.
El inglés puede decir en
contra nuestra cuanto se le antoje; procurar nuestro descredito está en su
interés; pero un venezolano, en el asunto que nos ocupa, no podría sin estar
envilecido, defender así los intereses del invasor.
¿Qué interés ha llevado Urdaneta
en hacerme aparecer responsable de lo sucedido?—Esta él en Ciudad Bolívar el
día 02 de enero, y yo me encontraba a veintitrés lenguas
distantes del Cuyuni ese mismo día – cónstale también, por encontrarse bajo un mismo techo conmigo
en “El Dorado” que fui sacado en hamaca de aquel punto, en los últimos días de
noviembre, gravemente enfermo. —Sabe así mismo que el 23 de Diciembre,
hallándose en mi casa del Buen Retiro, pasando Pascuas conmigo, Salí por
primera vez fuera de mi habitación, para ir en compañía suya y de otros amigos,
señores Luis N. Neyr, Carlos Lezama y
otros a dar un paseo a una casa vecina, donde llegue a duras penas, tal era mi
estado de debilidad producido por las fiebres.
¿Qué interés obligaba a Urdaneta, distinguido por mí en todas ocasiones a convertirse a su regreso, pocos
días después, en mi gratuito enemigo?
¿El puesto del Cuyuni? Bien sabe él que no es mío y que lo serví
siempre con la mayor dignidad y buena voluntad.—ojala pueda él desempeñarlo como lo aconseja el patriotismo
y los intereses de la Republica.
Habiame abstenido de hablar, no obstante que la voz de la
intriga se ha alzado mezquina y
cruelmente para tergiversar los hechos ocurridos y relatados por mí; pero las
inexactitudes en que ha incurrido el Oficial inglés en su informe publicado en
Londres, me obligan a interrumpir mi silencio. A fin de ilustrar el criterio público y dejar, por mí
parte bien puestos la honra y los derechos de la Nación. Como a la vez salvar
mi concepto de empleado público.
Contando con que usted se
servirá publicar esta carta me suscribo su atento.
Servidor y Compatriota
Domingo Antonio Sifontes
(*) También se haya aquí
depositada el Original